Desde la bancada periodística

¿Por qué cada vez votan menos ciudadanos?

sábado, 25 de septiembre de 2021 01:46
sábado, 25 de septiembre de 2021 01:46

Las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) del 12 de septiembre último dejaron un dato objetivo para el análisis, que es independiente de los resultados y la clásica lectura partidaria de ganadores y perdedores.

El detalle es que la votación tuvo una participación de votantes del 66,21 por ciento sobre el total del padrón, la más baja para unas PASO desde que fueron implementadas en el 2011, y una de las más bajas desde el retorno de la democracia en 1983.

Puede señalarse y con razón, que este año la pandemia de coronavirus impuso limitantes que le dieron a los comicios un marco atípico, pero sería un error atribuir la escasa participación exclusivamente a ese motivo.

Lo cierto es que sobre un padrón de 34.385.460 electores en todo el país, concurrieron a votar 22.765.590 personas: esto constituye el 66,21%, según la información oficial brindada por el Ministerio del Interior.

El Gobierno consideró que se trató de una “jornada electoral histórica”, que se pudo materializar sin contratiempos aun con protocolos y cuidados especiales en los centros de votación.

Se trató, sin embargo, del índice más bajo desde que se implementaron las primarias obligatorias: en 2011 acudió a las urnas un 78,66% de los inscriptos, en una elección que incluía cargos ejecutivos además de los legislativos que se renuevan cada dos años.

En 2013 votó el 76.83 %, sólo para cargos legislativos; mientras que en las PASO del 2015 el porcentaje de ciudadanos que emitió su sufragio fue del 74,91%, en una elección con renovación ejecutiva y parlamentaria.

En 2017, en tanto, el porcentaje de asistencia a las elecciones primarias para la contienda legislativa había sido del 72,37%; y en las últimas PASO, en 2019, se registró un 76,4%, también de cargos ejecutivos y legislativos.

En todos los casos, las elecciones generales de cada año lograron mayor adhesión de votantes que las respectivas PASO.

Así, en 2011 votó el 79,39% del padrón, en la elección que reeligió en la presidencia a Cristina Fernández de Kirchner; mientras que en las legislativas de 2013 lo hizo el 77.64 %.

En 2015 lo hizo el 81,07% y en la segunda vuelta que consagró como presidente a Mauricio Macri votó el 80,77%.

En las legislativas de 2017 lo hizo el 77.61%; y en 2019, en la elección presidencial que ganó Alberto Fernández, lo hizo el 81,08%.

El número más alto de asistencia a las urnas se registró en 1983, en el contexto de la vuelta de la democracia, cuando en la victoria presidencial de Raúl Alfonsín se llegó al 85,61% del padrón.

Era natural que eso sucediera, luego del oscuro período de los años en que no hubo elecciones por la dictadura: el entusiasmo que se vivió aquel año ya no se repetiría. Pero de allí a la caída actual hay un largo trecho.

Ya este año, en el marco de la Covid-19, se registraron menores guarismos en elecciones provinciales que adelantaron sus calendarios, respecto a la prepandemia.

El 2 de junio pasado, en las elecciones de diputados provinciales en Misiones, la participación fue del 59,53% del padrón, 19 puntos menos que la registrada en 2019 y que consagró también como gobernador a Oscar Herrera Ahuad.

El 27 de junio, en la compulsa de diputados provinciales en Jujuy, la participación electoral fue del 70,68%, lo que significó una caída del 78,69% respecto de 2019 que reeligió a Gerardo Morales como gobernador.

El 15 de agosto, en las elecciones de diputados y senadores provinciales en Salta, la participación fue del 60,21 por ciento, un número menor al 71,39% registrado en 2019, que coronó como mandatario provincial a Gustavo Sáenz.

Hay no obstante un antecedente peor: el récord de ausentismo en las legislativas a nivel nacional se registró en 2001, cuando el porcentaje fue del 26%, en el marco del llamado “voto bronca”, que sumó además casi un 20 por ciento de votos en blanco y nulos, tras la crisis política y económica de ese año, con el slogan “Que se vayan todos”.

La abstención

Hay diferentes motivos para abstenerse de votar, y los dos grandes grupos suelen calificarse como de “abstención pasiva o sociológica”, que es la provocada por la propia falta de interés por la política en general o por una elección en particular, y la “abstención activa o ideológica”, que es cuando el acto de no concurrir a votar nace del rechazo a la legitimidad del sistema político.

El fenómeno es mundial, y se observa en todas las latitudes. De hecho el procentaje de votantes que aquí alarma por lo bajo, en otros lugares sería asombrosamente alto.

Las elecciones que dieron la presidencia de Estados Unidos a George W. Bush, por ejemplo, fueron consideradas de allí de “alta participación”, y no superaron el 50% del padrón.

Este año en Chile, durante las primeras elecciones democráticas de gobernadores regionales, participó el 19,6% de los convocados, es decir 2,5 millones de chilenos de un total de 13 millones llamados a las urnas: más del 80 por ciento no votó. Fue una marca histórica de baja participación que, sin embargo, no sorprendió a los expertos: desde que el plebiscito de 1988 que selló la suerte de la dictadura de Augusto Pinochet, la participación en las elecciones ha caído de forma imparable, y hay otro detalle: desde 2012 ya no es obligatorio votar en Chile.

¿Debe ser optativo?

Aquí aparece otro punto a considerar. Cada vez son menos los países donde se obliga a los ciudadanos a votar.

En Argentina hay una combinación de sistemas, porque votar es obligatorio para los ciudadanos de entre 18 y 70 años, pero optativo para personas que tengan entre 16 y 18 años y para los mayores de 70 años.

Votar también es obligatorio en Australia, Bélgica, Bolivia, Brasil, Ecuador, Egipto, Grecia, Honduras, Líbano, Luxemburgo, Naurú, Paraguay, Perú, Congo, Suiza, Singapur, Tailandia y Uruguay. Nadie más.

No es obligatorio en los lugares donde rige el denominado “sufragio facultativo” o voluntario, mecanismo electoral que considera al sufragio como un derecho, pero no como una obligación ciudadana, autorizando que las personas puedan ejercer o no ejercer ese derecho.

Así funciona, entre otros lugares, en Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Haití, México, Nicaragua, República Dominicana, Venezuela, Botsuana, Libia, Mozambique, Namibia, Sudáfrica, Togo, Zimbabue, Asia, Filipinas, Japón, Alemania, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Italia, Noruega, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, Reino Unido, Rusia, Suecia, Ucrania y Nueva Zelanda.

Hartazgo

Es evidente que la baja participación en Argentina se vincula con un fuerte desencanto popular con respecto a la clase política, donde la ciudadanía no se considera partícipe y siente que se dirimen pulseadas de poder ajenas a su realidad.

A nivel partidario, incluso, se evalúa el nivel de participación analizando de qué manera favorece o perjudica ese abstencionismo a determinado sector, pero no hay un mea culpa sobre el alejamiento entre la clase dirigencial y la gente común.

Es difícil errar si se apunta que a la mayoría de los ciudadanos las disputas políticas no le interesan, y puede haber contribuido a ello el nivel de enfrentamiento irracional entre las fuerzas mayoritarias.

Quizás en algún momento haya que plantearse al menos la posibilidad de ofrecer la libertad para que vote sólo aquel que quiera hacerlo, mecanismo que hoy se descarta porque no les conviene a los partidos mayoritarios.

Es una triste ironía lo que ocurre, en un país donde muchos dieron incluso la vida para permitir el retorno de la democracia. Pero no deja de ser una señal de que algo se está haciendo definitivamente mal.

El Esquiú. com

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